Réquiem por la puntualidad

En este siglo XXI, tan agitado  y en el que uno de los recursos que parece estar bastante en falta es el tiempo,  los cubanos (o al menos muchos camagüeyanos) estamos cometiendo un crimen: asesinar con toda alevosía y premeditación una virtud, la puntualidad.

Resulta que citamos para una reunión importante (creo que todas lo deberían ser, de lo contrario… bueno sabemos lo que sucede) y la hora señalada pasa tranquilamente; los convocados se miran unos a otros, suspiran, entablen alguna conversación banal, vuelven a suspirar, emiten veladas o no veladas críticas y muchos salen al pasillo… a seguir esperando.

Ocurre algo muy parecido en actos, encuentros, conversatorios, intercambios, en los horarios de apertura de los centros de servicios, en la salida del transporte, y un enorme etcétera, que colman la paciencia y acaban con la buena voluntad y la DISCIPLINA  de  muchos, algo que ya sabemos no suele abundar por estos días en que el antónimo de ese vocablo se torna más que recurrente.

Si  duda esta última afirmación, dese un paseo por mi ciudad y verá los pies apoyados en las paredes, las bicicletas y bici-taxis encaramados en la acera, mucha basura alrededor y no dentro de los cestos, los ciudadanos lanzando palabrotas en medio de la calle, en la que deambulan no pocos descamisados y calzados con chancletas de baño, y alguna que otra cola a la espera de que ¨abran¨.

Pero regresemos al ¨puntualicidio¨ como lo calificaría un programa televisivo humorístico, ya desaparecido de la  pantalla.

Se ha generalizado comenzar siempre mucho, muchísimo tiempo después del fijado de antemano, sin tener en cuenta que las personas  tienen responsabilidades que asumir, labores que hacer y sobre todo, que a las víctimas les estamos haciendo perder algo tan valioso como su tiempo, una magnitud que aunque se maneja en público, es absolutamente propiedad de cada cual, y no de quienes pretenden manejarla al estilo de lo que dicta la irresponsabilidad.

Es cierto que hay inconvenientes, imponderables que se presentan y que obligan de manera abrupta a variar lo que pre establecido, pero cuando se hace una regularidad, cuando resulta habitual que un grupo deje sus preocupaciones y ocupaciones para esperar por alguien, la situación deriva en algo muy cercano a la falta de respeto.

¿Cómo conciliar la impuntualidad de los adultos con la formación de buenos hábitos en niños y jóvenes, a quienes desde las más tempranas edades exigimos que ¨a la escuela hay que llegar puntual¨?

¿Cómo, luego de hacer esperar a un auditorio durante una hora o más, le pedimos concentración, disciplina, seriedad y consideración hacia quien o quienes presiden el encuentro, el acto, la reunión o el suceso en cuestión?
Vale recordar palabras de alguien tan respetado, querido y   escuchado como Fidel, el comandante en jefe de la Revolución Cubana, a quien no le sobró nunca el tiempo; lo que sigue lo narró a un medio de prensa nacional la directora de un complejo educacional capitalino, en relación con una posible visita del líder a los niños:

…¨Nos dijo que trataría de estar, pero que empezáramos a la hora prevista si él aún no había llegado…¨

Sobran los comentarios, y a quien le sirva el sayo…