Los precios: ¿Una espiral infinita?

A pesar de los esfuerzos que realiza el Estado por garantizar una estabilidad en los niveles de alimentación de la ciudadanía, los precios de los renglones que no se incluyen en la Canasta Familiar (bendita sea y que dure bastante tiempo) galopan libremente al impulso de los deseos de personas muchas veces ajenas a las necesidades de sus semejantes.

Se sabe, porque mucho se ha explicado en todos los medios, y lo han aclarado cientos de veces los principales dirigentes, que el país invierte año tras año en el orden de los DOS MIL MILLONES   de dólares en la compra de alimentos muchos de los cuales pudieran producirse en nuestros campos.

Pero también se sabe que por razones obvias muy relacionadas con el bloqueo, las materias primas para la fabricación de piensos escasean, de ahí que disminuyan los niveles de entrega de carne de cerdo, huevos y otros rubros que inciden de manera directa en el ciudadano medio.

Pero ahí aparece la figura de gente a mi juicio desconsiderada, porque ¿Puede alguien imaginar que pueda justificarse el precio de más de 40 pesos a pagar por una libra de carne de cerdo? ¿O 50 por un pescado de agua dulce de menos que mediana talla? ¿O cinco, siete y ocho pesos por un huevo?

A todas luces esas personas que se escudan en las limitaciones de comida para los animales, en los costos, en el valor de un puerco que se compra ¨en pie¨ y otras tantas razones sin razón, no reparan lo más mínimo en el exiguo bolsillo de los ancianos jubilados, o de la familia promedio, esa cuyo progenitor no posee una aparatosa moto, o un despampanante automóvil, ni porta gruesas cadenas de oro ni costosos relojes, sino que vive de su salario, sin  buscarse la tan traída y llevada ¨lucha¨ que ya sabemos lo que es en realidad.

Similar suerte corre quien suba a un coche, para trasladarse al trabajo, a la escuela o a un hospital, porque el señor al pescante del transporte  cobrará lo que se le antoje, a pesar de las regulaciones que han establecido los Consejos de la Administración, y que para violarlas se esgrimen argumentos como el precio de la pintura para el vehículo, la hierba para el caballo, las herraduras o los clavos para colocarlas.

 El barbero se suma también a la espiral de los precios siempre en ascenso, a pesar de que la corriente  sigue costando lo mismo desde hace años, y la posible inversión en talco, colonia, tijeras, navajas y otros recursos no justifica las casi inalcanzables cantidades (15, 20 pesos y más) que exige  por un servicio que indiscutiblemente pudiera y debiera ser más barato, al alcance de todos los que solicitan un pelado normal.

Por supuesto, no hablo de esas fantasías que vemos a diario en el cabello de algunos y que lógicamente, son extravagancias que hay que asumir.

Y así, cada necesidad tiene del otro lado la acción de un abusador que esgrime los más disímiles e increíbles argumentos para ¨apretar¨ a quien no puede ¨desquitarse¨, porque solo sabe vivir de su trabajo, entre  otras  muchas razones  y ve disminuir de manera tan alarmante como acelerada, los fondos con los cuales se mantiene a sí mismo y a la familia.

La tan socorrida ley de Oferta y Demanda es al menos en nuestra situación real, esa de cada día, una falsedad que solo intenta enmascarar a quienes viven del prójimo  y a esos, de alguna forma que lamentablemente ignoro, es tiempo de ponerles coto haciendo realidad la famosa ¨protección al consumidor¨ aunque ya sabemos que no se trata de establecimientos estatales, pero el pueblo es el mismo aquí o allí.

(Caricatura tomada de Juventud Rebelde)