Batey Jaronú: donde la historia y el patrimonio se entrelazan (+ galería y video)

Alrededor de la zona con antiguos asentamientos indígenas como Imias, Saimí, Banao y Bainoa se construyó entre 1919 y 1921 junto al icónico Central Jaronú, el batey de igual nombre, uno de los pueblos con mayor calidad urbanística y arquitectónica de la provincia de Camagüey.

Ubicado en la zona norte del municipio Esmeralda, el poblado, anteriormente estaba constituido por cuatro manzanas de cien metros de lado trazadas a lo largo de un eje de simetría marcado por la casa del administrador del central, el parque y la iglesia, símbolo que destaca como arquitectura neocolonial. Otras dos manzanas se utilizaron para alojar a trabajadores solteros en lo que se conoce como cuartería y la otra fue destinada a servicios públicos.

Jaronú contaba además con un cine, hotel, fonda, tienda mixta, correos, farmacia. El batey no era solo un conjunto de viviendas, era una comunidad planificada y autoproclamada como modelo.

Contaba con una infraestructura relativamente avanzada para la época como edificaciones de mampostería, a diferencia de las tradicionales de madera que tenían el resto de los batey. Las viviendas, para el personal técnico, directivo y en algunos casos para obreros estaban realizadas a base de muros de ladrillos con techos de madera muy inclinados y cubiertos con tejas francesas que hoy en día siguen vigentes.

El latir de un gigante azucarero

La génesis de Jaronú se sitúa en los albores del siglo XIX con el desarrollo tecnológico que condicionó el surgimiento del Central Azucarero bautizado bajo el mismo nombre.

La construcción del coloso arquitectónico, inaugurado oficialmente alrededor de 1921, representó una inversión multimillonaria en tecnología de punta, maquinaria pesada y una infraestructura ferroviaria impresionante, diseñada para transportar la caña desde los campos hasta la chimenea del central. Su nombre original, derivado de un vocablo aborigen, pronto se convertiría en un símbolo de progreso y para algunos, de dependencia económica.

 

El  Central Jaronú fue catalogado como una maravilla de la ingeniería industrial de su tiempo. Sus gigantescas calderas, molinos de alta capacidad y un sistema de procesamiento de azúcar altamente eficiente lo posicionaron como uno de los mayores productores de azúcar de caña a nivel global y uno de los mayores centrales de Latinoamérica.

«La estructura principal de la fábrica era un laberinto de acero y grandes ventanales que buscaban maximizar la luz natural y la ventilación en un ambiente de alta temperatura. Eran construcciones rectangulares con armazones metálicos visibles, diseñadas para albergar la enorme maquinaria de molienda, cristalización y purificación. Su altura y volumen son impresionantes, dictados por el tamaño de los equipos internos», explicó Vicente Díaz, antiguo y veterano trabajador del central.

La estética del central era la de la funcionalidad, donde la forma seguía directamente a la función y la belleza surgía de la lógica de la ingeniería y la escala. Sus muros macizos y su estructura sólida estaban concebidos para resistir las vibraciones constantes y el trabajo pesado de una fábrica en operación continua.

«La maquinaria, importada principalmente de Estados Unidos, garantizaba una producción masiva, capaz de procesar volúmenes ingentes de caña durante la zafra. La vasta red de vías férreas internas, con sus locomotoras y vagones, era la arteria vital que conectaba los campos de caña con el central, asegurando un flujo constante de materia prima. El sonido de sus chimeneas, el vapor de sus turbinas y el zumbido constante de su actividad productiva marcaban el ritmo de vida en la región durante los meses de zafra» añadió Roberlandy Ramírez Pérez, administrador del Central.

El coloso de Brasil tras el triunfo de la Revolución

El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 marcó un punto de inflexión radical en la historia de Jaronú. Como parte de las medidas de nacionalización y la reforma agraria, el Central Jaronú fue renombrado como Central Brasil, un nombre que evocaba la hermandad latinoamericana y una nueva era de soberanía. La nacionalización significó un cambio en la propiedad y en la gestión, buscando que la producción de azúcar sirviera directamente a los intereses nacionales, y que las condiciones de vida de los trabajadores mejoraran sustancialmente. El batey y sus servicios se integraron plenamente en las estructuras estatales, buscando universalizar el acceso a la educación y la salud para todos sus habitantes, independientemente de su posición en la fábrica.

Durante décadas tras la Revolución, el central siguió siendo un importante productor de azúcar por muy poco tiempo. La falta de inversiones, la obsolescencia, llevaron al cierre paulatino de muchos centrales azucareros y el Central Brasil no fue una excepción. Aunque resistió por un tiempo, finalmente sucumbió a la reestructuración de la industria, su maquinaria se silenció y sus chimeneas dejaron de emitir humo. Tras décadas de gloria, en la campaña 2018-2019, sus molinos se detuvieron definitivamente.

 

Historia e identidad patrimonial

La historia de Jaronú, en la provincia de Camagüey, es inseparable de su imponente arquitectura. No solo se trata de un central azucarero de proporciones monumentales, sino de un pueblo diseñado y construido con una planificación meticulosa.

El ingenio, hoy Empresa Agroindustrial Azucarera y la comunidad que lo rodeaba, por su arquitectura y valores excepcionales,  fueron declarados en 2008 Monumento Nacional.

Tras un siglo de historia, Jaronú ha hecho todo lo posible por mantener su integridad bajo la misma línea arquitectónica. El batey, con una concepción morfológica única entre los restantes batey azucarero, rasgos muy distintivos como sus amplias calles, hermosos y frondosos árboles casi pierde sus valores más característicos en el año 2017 tras el azote del huracán Irma.

Foto: Adelante

Con miedo a peder la condición de Monumento Nacional después del devastador huracán su pueblo se movilizó con un gigantezco equipo de construcción y un año después ganó el Premio Nacional de Restauración 2018. Hoy, aunque el central no opera como antes, el batey sigue siendo un símbolo de resistencia y orgullo local.

Jaronú se presenta hoy como un reflejo nostálgico de un pasado azucarero que marcó su identidad. Es un lugar con un fuerte sentido de identidad, que lucha por preservar su legado y adaptarse a los nuevos tiempos. Su futuro dependerá de la capacidad de su comunidad para encontrar nuevas fuentes de desarrollo, valorando su historia y aprovechando sus recursos naturales y culturales. Jaronú es, en esencia, un testimonio vivo de la historia azucarera de Cuba, un lugar que merece ser recordado y preservado.

 

 

 

 

 

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