El derecho de Cuba a ser #Cuba

Hace algunos años un spot televisivo caló hondo entre nosotros. Hablaba de los más de 200 millones de niños en la pobreza y malnutrición que existían en el mundo, pero ninguno era cubano.

Ahora acaba de finalizar un ejercicio de democracia que involucró a millones de compatriotas, referente a la discusión del proyecto de Constitución, en el que cada cual expresó lo que consideró oportuno. Una Carta Magna revolucionaria y de avanzada que reconoce los derechos inalienables de los cubanos, incluido el tan discutido artículo 68 que legaliza el matrimonio entre dos personas, que en materia jurídico-legal ubica a Cuba entre las naciones más progresistas del mundo.

Prueba fehaciente de la voluntad del Estado de proteger los derechos de cada ciudadano de esta isla y de cumplir lo afirmado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, en fecha tan temprana como el 21 de enero de 1959: “La Revolución Cubana se puede sintetizar como una aspiración de justicia social dentro de la más plena libertad y el más absoluto respeto a los derechos humanos”.

Al reconocer nuestra Constitución en el mismo Artículo 1 la condición de Cuba como Estado Socialista de Derecho, se le da un respaldo directo a todo tipo de derechos humanos; los cuales no pueden ser divididos ni fragmentados, pues, tal y como define la ley de leyes, para la realización de un derecho humano será necesario la realización de otros derechos; y si es vulnerado un derecho, sea cual fuera, es innegable que se comprenderán violentados otros.

De igual manera, el proyecto constitutivo —próximo a ser debatido de nuevo por el Parlamento para ser sometido finalmente a referendo popular—, reconoce otros dos principios básicos en cuanto a este asunto clave: la progresividad y universalidad de los derechos humanos. El primero, entendido en la posibilidad de reconocimiento a futuro de derechos no comprendidos en un momento histórico, sin que ello conlleve un retroceso o regresión de los ya alcanzados; en tanto, el segundo, presupone que todas las personas disfrutan de todos los derechos humanos, sin distinción alguna.

Claro, históricamente no ha sido así. Si nos remontamos a la época de la esclavitud llegamos a la manera más despiadada de violentar los derechos de los seres humanos. Y en la propia dominación española pudiéramos también relacionar la negación de derechos inalienables como la libertad de palabra, reunión, credo, asociación; entre otros, que nos llevó a marchar a la manigua redentora en busca de lo que José Martí denominó: el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.

Tampoco durante la neocolonia (1902-1958) el pueblo gozó de verdaderos derechos humanos; al extremo de vivir sometidos a dos dictaduras que llenaron de luto a Cuba: la de Gerardo Machado, en la década de los años 30 del pasado siglo, y la de Fulgencio Batista, en los años 50; esta última, con saldo de más de 20 mil cubanos asesinados.

Solo después de 1959, a pesar de toda la manipulación alrededor del tema, es que se han logrado alcanzar verdaderamente los derechos humanos que nos enorgullecen. Aunque resulte lamentable que algunos países, con el gobierno de Estados Unidos a la cabeza, continúen manipulando la cuestión de los derechos humanos con fines políticos, para justificar el bloqueo y el denominado “cambio de régimen”.

Los mismos gobiernos que insisten en la selectividad, los dobles raseros y la politización de los derechos humanos, sin que les asista ninguna autoridad moral, por el contrario, pues son autores de amplias y bien documentadas violaciones de las más elementales normas del derecho internacional.

Este 10 de diciembre, el mundo nuevamente conmemorará el Día de los Derechos Humanos, coincidiendo con la fecha en que la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1948.
Para millones de personas la fecha pasará inadvertida; en tanto para otros será un llamado a la conciencia para hacer de la Tierra un planeta mejor.

Para Cuba será un día igual a los demás: nuestros niños seguirán asistiendo a las escuelas, nuestros hospitales continuarán abiertos para quienes los necesiten; nuestros parques, avenidas, poblados y bateyes tendrán su ritmo habitual de vida. Tampoco habrá personas desaparecidas ni periodistas asesinados. Nadie portará un arma de fuego de manera legal. No habrá matanzas ni tragedias colectivas.

Para el mundo, quizás tampoco nada cambie. Eso sí, llegaremos al 10 de diciembre sin la presencia de Estados Unidos en el Consejo de Derechos Humanos, espacio al que renunció en junio de este 2018. Una medida unilateral acorde al patrón del gobierno del presidente Trump en cuanto a salirse de acuerdos internacionales y foros bajo la política del mandatario de poner a “Estados Unidos primero”.

Y nosotros, como dijera nuestro canciller Bruno Rodríguez Parrilla, el 16 de mayo de 2018, en el Consejo de Derechos Humanos: “Persistiremos en nuestra Revolución socialista y democrática, de los humildes, con los humildes y para los humildes”, proclamada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz e inspirados en la fraterna fórmula de José Martí “con todos y para el bien de todos”.