Terrorismo: El segador de sueños

El escenario de esta historia puede ser una  ciudad de Libia, Iraq, Siria o cualquiera de los países que desde hace un tiempo demasiado largo para perdonar, sufren el azote del terrorismo, en arma tan  ciega como estúpida que día a día cobra su cuota de vidas, la mayoría  inocentes.

Es de mañana y por la acera camina, apresurado, un pequeño de unos nueve años, podría llamarse Mahmud, Armín, no importa, lo que sí preocupa al muchacho es llegar rápido al bazar de la esquina para comprar el té, las galletas y el azúcar que le encargó la madre.

Y recuerda como por esa misma calle, hace algún tiempo, marchaba muy contento con el balón que le compró su padre, y que al igual que éste y que los abuelos, quedó bajo los escombros de la antigua vivienda.

Piensa que  con los centavos que queden después de pagar las escasas provisiones, las que apenas puede permitirse la mutilada familia, podría quizás llevarle un caramelo a la hermanita, que no puede andar después que una bala perdida le destrozó la rodilla.

En dirección opuesta, un automóvil marcha lentamente, como en busca de un espacio para aparcar; por casualidad, o quizás por algún designio inexplicable, la mirada del chico se cruza con la del chofer, fija, como extraviada  quién sabe dónde.

Ya cruza  frente al vehículo, y continúa con sus pensamientos, mientras el estómago anuncia que debe apresurarse, para poder comer algo de regreso al hogar, donde ya madre prendió la pestilente hornilla de petróleo, única sobreviviente de tiempos mejores, cuando la guerra era algo que parecía tan lejano como las clases de historia.

Entonces sí la vida era bella, con los paseos los fines de semana, por algún parque alejado del centro, donde tendidos sobre la hierba merendaban, luego de interminables carreras tras una pelota.

–¨Sí, es mejor  apurarme, la hermanita debe tener hambre, y  madre no respirará tranquila hasta mi regreso…¨

En ese instante, explotó el coche bomba.