La doble moral y el Estado Islámico.

El mundo entero se estremeció con los sucesos de París en días pasados, cuando el terrorismo hincó nuevamente sus garras en la vieja Europa, crimen imputado al mal llamado Estado Islámico, que ni es estado, ni practica coherentemente los preceptos del Islam. Y de inmediato se produjo la reacción, hasta entonces retardada por muchos, mientras solo Rusia emprendía una valiente y exitosa campaña contra los asesinos que han ensangrentado a varias naciones y cobrado miles de  víctimas civiles.
Más de una escena de crueldad ilimitada, como el degollamiento de rehenes grabado en video tape, recorrió el planeta,  pero aunque se levantó mucha palabrería, esta no se tradujo en acciones concretas contra los perpetradores.
Pero ahora es Francia, uno de los tradicionales ¨aliados¨ del gendarme  mundial, la que sintió en carne propia un  dolor similar al que sufrimos los cubanos cuando en 1976, un avión de pasajeros con 73 personas a bordo, muchos de ellos apenas adolescentes, volaba en pedazos,  crimen cuyos autores han confesado más de una vez incluso ante los medios.

Hasta ahora, las potencias fustigaban a Rusia por realizar  en solitario ataques aéreos contra los sicarios del Estado Islámico, en respuesta legítima a una solicitud del gobierno de Bashar Al Assad y con la aprobación de la ONU.
NO engañan a nadie las fallidas incursiones de la fuerza aérea estadounidense, que durante meses hicieron dudar a más de uno de la puntería de sus sofisticados medios, algo incomprensible dada la tecnología con que cuentan sus caza-bombarderos y drones.

Luego de los crímenes sufridos en carne propia, París dialogó con Moscú, para concertar acciones contra el E.I, una especie de venganza que, por paradojas de la política y de otros intereses por el estilo, en este momento exacto no es tan criticable como hace solo unas semanas.

En el tapete internacional, hombres de honor amantes de la verdad han expuesto críticamente  más de una vez, el doble rasero con que se miden las circunstancias y los hechos, como piezas que se mueven para conveniencia de los poderosos, los mismos que armaron y  financiaron al flagelo que ahora ha roto la correa y  muerde a todos.
Es tiempo ya de que queden a un lado mezquinos criterios y se aúnen voluntades y esfuerzos para desterrar del mapa mundial un engendro que constituye una afrenta y una amenaza para los hombres y mujeres de bien, sea cual sea su credo, porque la muerte no es una religión.