El día que nació una leyenda

 

Si nos apegamos a las costumbres de la época en la otrora villa cubana de Santa María del Puerto Príncipe, aquel el sábado 23 de diciembre de l841 fue un día más agitado del año. Una comadrona pudo estar dando una tras otros órdenes en una de las amplias habitaciones del piso superior de la vivienda marcada con el número 5, en la céntrica calle de la Soledad, esquina a Candelaria.  En la planta baja los criados se encargaban de preparar bastante agua caliente y otros menesteres.

Ese día vio la luz Ignacio Eduardo Francisco de la Merced, el primogénito de la familia criolla, culta y adinerada del abogado Agramonte y Filomena Loynaz. Luego contó con la compañía de su hermano Enrique y de las niñas Francisca y Loreto.

La infancia de Ignacio en una familia de pensamientos liberales coincide con un acontecer de rebeldía en la formación de la nacionalidad cubana: el levantamiento armado encabezado por Joaquín de Agüero en la finca de San Francisco de Jucaral, el 4 de julio de 186. Errores y una traición pusieron fin al gesto independentista de la colonia española.

Los camagüeyanos recuerdan la leyenda de un niño de 9 años quien, acompañado por una criada negra, fue hasta el cementerio el 12 de agosto donde fueron sepultados los patriotas y logra mojar su pañuelo con la sangre en uno de los fallecidos.

Entre 1852 y 1856, cursó diversos estudios en Barcelona, de Latinidad y Humanidades y Filosofía Elemental. En esa ciudad ibérica, según expresa su biógrafa Mary Cruz, «es testigo de dos revoluciones en España» con un marcado sello político que clamaba por la República.

De regreso a Cuba, en el 57, estudia la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Su ejercicio académico, según Antonio Zambrano, «constituyó un toque al clarín» cuando Agramonte aludió a la falta de libertades bajo el régimen español.

Finalmente, a su regreso a Camagüey teje la hermosa leyenda de amor por su adorada Amalia Simoni Argilagos. Entretanto participó activamente en los preparativos del movimiento insurreccional, que tuvo su punto de partida el 10 de octubre de 1868, cuando el bayamés Carlos Manuel de Céspedes cambia la marcha de nuestra historia.

Así, con 27 años de edad se incorpora a la lucha armada. Memorable la enérgica actitud sostenida en noviembre frente a un grupo de vacilantes: “Acaben de una vez los cabildeos, las torturas, los que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arreglando la ciudad de España. ¡Armas!”.

Durante su presencia en el campo, se demostraron las condiciones como dirigente político y jefe militar con la consagración de las páginas de la valentía y la inteligencia en la formación de la legendaria caballería mambisa.

Su huella en la primera constitución de la República en Armas (1869); su respeto por Céspedes, pese a las diferencias; y su participación en más de un centenar de acciones combativas, entre ellas el arriesgado rescate de Julio Sanguily, cuando al frente de 35 de jinetes atacó una columna española, casi cuatro veces superior en efectivos.

El 11 de mayo de 1871, el Mayor General Ignacio Agramonte cae en combate contra fuerzas españolas en el portero de Jimaguayú. Su cadáver quedó en manos del enemigo y fue trasladado a Puerto Príncipe, la actual ciudad de Camagüey.

La leyenda del patriota ha sido apreciada por generaciones. En esta región centro oriental cubana los hombres y mujeres se sienten orgullosos del gentilicio «agramontinos».