El Partido Comunista de Cuba: modestia y autoridad

Se me ha pedido que escriba algunos párrafos sobre el próximo Congreso del Partido, ese que todos los cubanos, militantes o no, hemos seguido de cerca por el transparente análisis que cada territorio ha realizado de los principales temas que abordará la reunión.

Sin embargo, más que abordar temas ya tratados en mayor o menor medida, pienso que los privilegiados que vivimos en la Cuba que conquistaron Fidel, Raúl y sus barbudos en MIL 959, debemos hacer honor a la historia.

No a esa que viene en libros de texto, que a pesar de su inapreciable valor, en ocasiones no alcanza  a describir la exacta dimensión humana de quienes la protagonizaron.

Así, debemos remontarnos al Partido Revolucionario Cubano, aquel que creó y organizó Martí en el exilio, para canalizar los ímpetus libertarios insatisfechos durante décadas, sumar voluntades, limar asperezas y pasiones controvertidas, y dirigir la Revolución de l895, frustrada por la intervención yanqui cuando ya la metrópoli estaba a punto de rendir sus armas.

Años más tarde, la figura de Baliño, junto a la de Julio Antonio Mella, encauzó la ideología de una generación que se negaba a inclinar la frente ante los desmanes de los gobernantes de turno.

Surgieron así luchadores de talla descomunal como Rubén Martínez Villena y el propio Mella, asesinado por los sicarios de Machado en México.

Más adelante se unieron a la incesante lucha hombres humildes, como Blas Roca Calderío, o intelectuales de la talla de Raúl Roa, el canciller de la dignidad, Lázaro Peña, Marinello, Carlos Rafael Rodríguez y tantos otros que mantuvieron en alto  las ideas preconizadas por Marx y Engels y llevadas de manera genial a la práctica por Lenin.

Entrega ilimitada a la causa, patriotismo a toda prueba, fueron características de aquellos precursores del Partido que tenemos hoy.

Pero su renuncia altruista a toda loa, su modestia y desprendimiento fueron tales que, sin la menor duda, entregaron las riendas a aquel montón de jóvenes que llegaban luego de una terrible guerra en las montañas, a dirigir un país en formación.

No hubo parcelas cercadas alrededor de los pilares del socialismo en Cuba, no hubo titubeos ni intereses solapados de mando o reconocimiento, sino el interés supremo de colocar la causa por encima de toda ambición personal.

La vida y el implacable paso de los años impusieron su mandato, y tocó el turno al invencible comandante de la Sierra de entregar el timón a su mejor discípulo y compañero de mil combates; de manera sencilla, sin cataclismos ni sustos, como corresponde a un poderoso río que discurre por un cauce seguro y firme.

Así se cimentaron  y así continúan las bases del Partido Comunista de Cuba, ese que celebrará en breve su séptimo congreso, ese que ha sabido encabezar la construcción de la patria nueva que pedían los próceres desde el 68.