Un bello amor de polvo y manigua

El Camagüey de finales del siglo 19, con sus adoquines, sus calesas y sus aires de libertad, fue protagonista también de un bello amor de polvo y manigua, de breves estancias y grandes ausencias, el de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni.

Amalia, la esposa idolatrada de El Mayor, nació en el seno de una rica familia criolla, en la otrora Villa de Santa María de Puerto Príncipe. Un par de meses antes del levantamiento independentista de 1868, contrae matrimonio con Ignacio Agramonte, su Ignacio.

 El Mayor General de la Guerra de los Diez Años siempre tuvo presente, en el fragor de la lucha contra la metrópoli española. En una de las cartas a Amalia refiere: “Entonces se me presenta tu imagen agolpadamente, nuestros paseos por el portal, el jardín, las flores, la fuente, el letrero del álamo, la glorieta… me parece verte corriendo lentamente las calles del jardín pensando en mi

Es Amalia de esas bellezas que no pueden quedar plasmadas en un cuadro, porque lo atractivo está dado en cada uno de sus gestos. Los ojos grandes y como los cabellos, oscuros.

Su actitud de esposa al abandonar su bienestar y compartir con Ignacio y su pequeño hijo, nacido en la manigua, las privaciones y peligros de la guerra, reflejan cabalmente su personalidad.

En el exilio, Amalia Simoni no solo mantuvo a sus hijos, sino que en ellos no dejó caer su fervoroso patriotismo. En carta a Ignacio le decía: La resignación por nuestras ausencias se agita y hace aumentar mi odio a los españoles. Cuba exige muchos sacrificios pero será libre a toda costa.

Hoy en nuestra Patria libre reposan sus restos como ella pidió, en su amado Camagüey y por siempre, en estas tierras, quedará grabado su amor a Ignacio y a Cuba, como las más hermosas armas que blandió Amalia.

De aquel romance recordemos hoy estas frases intercambiadas por los enamorados.

“Yo te aseguro que vacilaría si alguna vez encuentro tu felicidad y mi deber frente a frente, le dijo Ignacio

A lo que ella respondió: Tu deber antes que mi felicidad, es mi gusto, Ignacio mío, y como no amarte si eres tan grande, si tan elevado es tu corazón.