En tiempos de feria ganadera: tradición y deporte deben andar unidos… o muy cerca

 

Nadie discutiría que la más antigua tradición ganadera se asienta en la provincia de Camagüey, sustentada por siglos de duro bregar los hombres sobre los equinos, siempre en esforzada partida con las reses. Vaqueros que andan como perdidos si se desprenden de su atuendo característico: camisas a cuadros, sombreros de ala ancha, gruesos cinturones y botas altas.

Seres humanos que pareciera han renunciado a permanecer en la cama cuando los primeros rayos del sol asoman, y desprecian el cortante frío de las madrugadas de diciembre o enero, o los insoportables aguaceros de la primavera, que convierten los potreros en verdaderos pantanos; todo para ordeñar las vacas ¨llueve, truene o relampaguee¨.

Lo han demostrado durante generaciones los camagüeyanos: aman la ganadería por sobre cualquier otro oficio, y son hábiles jinetes, diestros con el lazo y consagrados a su labor sin medir domingos, días feriados e incluso esa única fecha en el calendario que marca el nacimiento, o el aniversario de bodas.

Pero el trabajo llevó aparejado un deporte devenido pasión para los vaqueros, quienes se entrenaron una y otra vez para montar un enorme toro lleno de resabios, giros y saltos,  lanzar con inigualable habilidad el lazo para detener en plena carrera al ternero, abalanzarse sobre él e inmovilizar sus patas en solo algunos segundos, o derribar un novillo con solo la fuerza de los brazos y maña, mucha maña.

El rodeo agitó multitudes en Camagüey, cuyos equipos mostraban a los mejores atletas, algunos de los cuales llegaron a participar en eventos fuera del país.

Pero inexplicablemente, hoy las competencias de este arte tan viril como atrayente, brillan por su ausencia, y apenas alguna que otra vez se convocan en determinado municipio, para mostrar el poco brillo que alumbra las pistas de arena del territorio, muy escasas y mal atendidas por cierto.

Seguimos en la elite de los criadores de vacunos, ovinos y caprinos; nuestros caballos reciben elogios, y numerosos ganaderos atesoran incontables premios a la excelencia genética de sus rebaños.

Pero, el rodeo permanece mustio en un rincón, y rara es la presencia de uno de nuestros representantes en los eventos de más brillo, como los de la capital.

Preciso es un análisis del tema, a partir del abordaje crítico de cuáles son los problemas de la legendaria  Feria Agropecuaria de Guáimaro, o la que hace algunos años se construyó en un lugar privilegiado de la ciudad cabecera, pero la cual nunca ha cubierto las numerosas expectativas de los camagüeyanos, y languidece con un mínimo de visitantes y algún que otro ejemplar de relativa calidad.

Recuperarla no es una simple tarea administrativa, o el mayor o menor entusiasmo de este o aquel dirigente, sino es una cuestión de honor de todos los que intervienen en la actividad pecuaria de la provincia, tanto en el sector empresarial como en el campesino y cooperativo, porque recordemos que las tradiciones las erigen los hombres y mujeres, pero ellos también son quienes las alimentan.

De lo contrario no sorprendería que, dentro de algunas décadas,  alguno de nuestros nietos se asombrara  al observar  un hombre encaramado sobre un caballo y enarbolando un lazo, una imagen que pudiera llevarlo a preguntar: ¿Qué hace ese hombre abuelo?