El riesgo de ser matón

Mi padre fue un hombre inteligente, a pesar de que no pudo cursar estudios, y a ello le sumó una larga vida de más de 90 años, un hecho que lo convirtió en una persona sabia, por tantas cosas que vio desde que a los once quedó huérfano en medio del monte, con tres hermanos a su cargo.

Y me enseñó muchas cosas importantes en ese camino difícil que es convertirse en adolescente, adulto y  padre de familia.

Entre las verdades que con mayor exactitud recuerdo de las que me transmitió ¨el viejo¨ (curiosamente así me llaman hoy muchos de mis amigos más allegados)  está la imposibilidad de ser uno de esos matones de barrio que exhiben la guapería a toda hora y amenazan, tratan de intimidar y aún golpean a los más débiles, porque a la larga, sentenciaba, alguien te lo cobra.

–¨Al abusador siempre, al final, uno de los débiles le ajusta cuentas, porque nadie es capaz de soportar indefinidamente esa presión… aún las ratas, cuando las acorralas, saltan, te atacan y son temibles¨– afirmaba.

Como fabricado para el caso viene a mi memoria un muchachito delgado que acudía a la misma aula que yo, en tercer grado, y a quien uno de sus compañeritos, de menor estatura, intimidaba constantemente, algo que  los nacidos en Cuba conocemos como ¨coger la baja¨.

Si pasaba el niño en cuestión, el otro ponía una zancadilla para que tropezara y entonces reírse todos, porque siempre esos guapetones de pacotilla tienen sus seguidores, tan estúpidos y retorcidos como ellos, o incluso más, aunque a los seres normales cueste trabajo creerlo.

Tirarle los libros al piso, empujarlo, desafiarlo impunemente, eran la pesadilla constante para aquel pequeño, hasta un buen día que no pudo soportar más y aplicó con toda su fuerza un derechazo a la nariz del abusador, cuyo rostro se llenó de sangre, en medio de un concierto  de berridos y mucho llanto.

A partir de aquella mañana, hubo paz en el aula y el acosador vio trunca su incipiente carrera por la rebelión de quien aparentemente era más débil, pero que se levantó con todo su ímpetu, cansado de una situación extrema.

 

Por estos días, cuando leo la prensa, y me arde la sangre ante las bravuconadas de Trump y compañía, no solo contra Venezuela, sino contra Siria, Irán, Cuba, Nicaragua, Corea, y más de medio mundo, recuerdo los consejos de mi padre y veo retratado al mandatario de Estados Unidos en aquella anécdota de tercer grado de la primaria.

No tense tanto la cuerda, señor presidente de la gran potencia, no vaya a romperse y caer usted al vacío… no haga el papel de guapetón de barrio que tan mal le queda a todos y que tan mal acaba.